Pero si somos más precisos, como se afirma en la norma internacional ISO/DIS 9241-11: Ergonomics of human-system interaction, la usabilidad es el grado en que un producto o servicio puede ser empleado por usuarios específicos para conseguir objetivos concretos con efectividad, eficiencia y satisfacción, en un contexto de uso.

Para llevar lo anterior a la práctica, pensemos en nuestra reacción cuando queremos adquirir un producto, pero el proceso de compra online es engorroso o poco confiable. Frente a ello, es muy posible que optemos por la competencia y desechemos totalmente la primera opción para futuras transacciones.

Lo mismo ocurre con un blog, un medio de comunicación digital o una página especializada. Si la publicidad en ellos interrumpe y destaca por sobre el texto, si es imposible o incómodo hacer visualizaciones desde dispositivos móviles, si no existe un orden en la distribución de los contenidos, o hay enlaces rotos; lo más probable es que las visitas en línea disminuyan o desaparezcan.

En síntesis, el consumo de productos o contenidos va en función de la usabilidad del sitio, tal como lo refleja el trabajo de Jakob Nielsen, uno de los profesionales más respetados en esta materia y ampliamente conocido por su decálogo de principios heurísticos para lograr mayor usabilidad.

Finalmente, existe una serie de herramientas para medir la efectividad de los componentes que determinan cuán usable es un sitio web. Por ejemplo, CrazyEgg, Google Analytics y ClickTale, entre otras. Sin duda, elementos que debiésemos aplicar, más aún si consideramos que además de aumentar la cantidad de páginas vistas por usuario, la usabilidad podría incrementar el tiempo que éstos pasan en la página y convertir a éste en un distribuidor de valiosa información.